Francisco, obrero de AHMSA, se quita la vida en medio de la desesperanza que envuelve a Monclova
Francisco Romo tenía 35 años y una historia común entre los trabajadores del acero: jornadas largas, orgullo por su labor y el sueño de dar estabilidad a su familia. Este jueves, su vida se apagó en la colonia Buenos Aires. Francisco se quitó la vida, vencido por la angustia.
Trabajaba en la planta dos de Altos Hornos de México (AHMSA), una empresa que alguna vez fue motor de desarrollo y hoy es sinónimo de promesas rotas. Desde que comenzaron los paros, los adeudos y el abandono, su rutina cambió. Dejó de haber salario, certezas y, finalmente, esperanza.
No es el primero. Otros trabajadores también han caído en depresión severa, arrastrados por la falta de empleo y el olvido de las autoridades. Cada historia es un golpe más al corazón de una comunidad que dio todo por una empresa que ahora les da la espalda.
La tragedia de Francisco no debe tratarse como una estadística más. Es el reflejo del dolor de cientos de obreros que han sido silenciados. Su muerte duele porque pudo evitarse, si alguien hubiese actuado a tiempo, si las instituciones hubieran tendido la mano antes del colapso emocional.
Vecinos, amigos y compañeros lo describen como un hombre trabajador, callado, pero firme. No dejó carta ni advertencias, solo el vacío que dejan las ausencias que nunca debieron llegar. Hoy su familia llora, sus compañeros tiemblan, y Monclova guarda un minuto de silencio que pesa como el acero.
Esta muerte nos obliga a mirar de frente la crisis social que ahoga a la Región Centro. El sufrimiento de los obreros no puede seguir siendo invisible. Francisco era más que un empleado: era un padre, un hermano, un hombre bueno atrapado en un sistema que falló.
Que su nombre no se borre en el ruido de los discursos. Que su historia sea un recordatorio urgente de que aún hay tiempo de rescatar a quienes siguen esperando. Francisco Romo merece justicia, memoria y un compromiso real con quienes aún resisten en el abismo.
