Opinión

EL TRÁGICO 19/11

Hay fechas que la memoria colectiva se rehúsa a dejar ir, pero el 19 de septiembre es diferente. A nosotros, los mexicanos, esta fecha nos arrancó un pedazo de alma y nos dejó cicatrices que aún duelen al respirar. No es solo un aniversario, es un recordatorio de que la tierra, esa que nos sostiene, también puede traicionarnos.

Han pasado 40 años desde el sismo de 1985. Esa mañana, el país despertó de golpe, sacudido por la furia de la tierra. Un terremoto de 8.1 grados que no solo derribó edificios, sino que desmoronó familias, sueños y certezas. Dejó una estela de muerte y un vacío que, cuatro décadas después, sigue ahí.

Y como si el destino fuera un sádico de tiempo completo, 32 años después, en el mismo día, el 19 de septiembre de 2017, la historia se repitió con un sismo de 7.1 grados. No fue una copia, fue una herida fresca que se abrió justo encima de la anterior, recordándonos que el dolor es el único fantasma que nunca se va de este país.

Hoy, mientras nos preparamos para el simulacro de rigor, un ritual que parece más un acto de resignación que de prevención, las sirenas sonarán. Serán un eco de esos días, una punzada que nos hará revivir el miedo y la impotencia. Porque en México, el 19 de septiembre no es un día para conmemorar, es un día para recordar lo frágiles que somos, y lo mucho que nos sigue doliendo.


El circo de los pobres

Los extrabajadores de AHMSA, esos que se quedaron sin nada, han sido bendecidos con dos comunicados. ¡Dos! Como si el hambre se saciara con boletines y los sueldos atrasados se pagaran con correos electrónicos para posibles inversionistas. Los de la acerera han puesto un correo a la disposición de los inversionistas, supongo que para que el proceso de la subasta sea más “transparente”, o quizás para que los obreros sepan a quién maldecir directamente.

La desesperación de los ex trabajadores es palpable. ¿Qué van a querer ver comunicados? ¿Para qué quieren más promesas, más discursos, más fotos de gente trajeada? Lo que quieren es su dinero, su sudor, la vida que le entregaron a esa empresa. Pero no, que sigan esperando, que el proceso de quiebra es largo y complejo. Mientras, los ex-trabajadores seguirán comiendo polvo, ya que el pago no llegará hasta que se complete el proceso. La ironía no tiene límites. Se les pide paciencia, mientras sus estómagos ya no pueden esperar más. Es un clásico mexicano: la burocracia es más importante que la gente.


¡Van contra los jueces! ¿Quién lo diría?

Los mismos que se subieron al tren de la transformación para agarrar puesto ahora se bajan, y con la misma indignación con la que antes defendían a su líder, ahora lo acusan, o por lo menos, a sus cercanos. Hablo de los nuevos jueces federales, los que llegaron de la mano de un proceso de selección más oscuro que una noche sin luna. ¿Recuerdan? Esa “elección” donde la única opción era la que ya estaba elegida de antemano. Y ahora, uno de sus ‘apóstoles’, Ricardo Monreal, pide que se investigue a los jueces que se atrevieron a dar amparos a los hijos de AMLO.

¡Qué descaro! Nos venden el cuento de que los jueces son “a modo” y de pronto, resulta que no son tan a modo como ellos quisieran. Lo que se ha convertido en un show mediático, una cortina de humo tan densa que parece más una estrategia para desviar la atención que un verdadero acto de justicia. Es un chiste de mal gusto. Estos políticos nos tienen acostumbrados a sus farsas, y esta no es más que una función más en el gran teatro del poder, donde todos fingen indignarse por lo que ellos mismos crearon.

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