Juventud en Juicio: Carranza y la tormenta política en Cuatro Ciénegas, 1883
Por Arnoldo Bermea
Antes de convertirse en uno de los protagonistas más decisivos de la Revolución Mexicana y llegar a la Presidencia de la República, Venustiano Carranza vivió una etapa poco conocida pero reveladora: su desempeño como juez local y más tarde como alcalde de su natal Cuatro Ciénegas, Coahuila.
Corría el año de 1883 y Carranza, con apenas 23 años, ostentaba ya una autoridad judicial en la Villa. En ese papel, tuvo que enfrentar no solo las obligaciones legales del cargo, sino también una oleada de críticas públicas que retratan el ambiente político, social y hasta personal que imperaba entonces en la región.
Uno de esos episodios se originó por una sencilla pero simbólica demanda: Juan G. Castilla reclamaba a Miguel Alvarado el pago de dos cargas de trigo y trece pesos. El caso fue resuelto en tiempo récord por Carranza, quien dictó sentencia el mismo día de la audiencia, ordenando el pago en cuanto se levantara la cosecha. Aunque Alvarado reconocía la deuda, el procedimiento, considerado demasiado expedito, causó escozor en el demandante y en sectores del pueblo.
La situación no tardó en escalar. Castilla acusó públicamente a Carranza —a través del semanario La Iniciativa de Monclova— de actuar con ligereza, infringir la ley y, aún más grave, de atentar contra la moral. Afirmaba que el joven juez incluso había orientado a su contraparte para invalidar testigos, y que al ser recusado, respondió con una multa injustificada.
Las reacciones no se hicieron esperar. La Iniciativa aprovechó el momento para emitir una crítica dura sobre la administración de justicia en Cuatro Ciénegas, señalando la precariedad legal y la mala redacción de las actas judiciales. La crítica iba más allá de lo personal: denunciaba el estado de un sistema judicial ocupado por funcionarios improvisados, nombrados más por afinidad política que por preparación.
Venustiano Carranza, lejos de guardar silencio, respondió con un extenso escrito publicado en el mismo periódico. En él defendía su actuación, descalificaba al denunciante por ignorante y dirigía dardos envenenados hacia los redactores del semanario, a quienes acusaba de esconderse tras el anonimato y de ser poco congruentes en sus propias formas.
Lo que podría parecer hoy un simple conflicto de vecinos, se transformó entonces en un retrato fiel de los vicios del poder local, pero también de la personalidad que comenzaba a tomar forma en Carranza: orgulloso, irónico, agudo y defensor a ultranza de su honor, aun si eso implicaba confrontar a la prensa y desestimar a sus críticos con dureza.
Este episodio, más que una anécdota olvidada, muestra los primeros pasos de un joven coahuilense que, aun en la controversia, demostraba tener el carácter y la convicción de alguien que no tardaría en reclamar un lugar en la historia nacional.


