La Justicia “Limpia” que Huele a Sopa de Obediencia
¡Qué maravilla, estimados lectores! A menos de un mes de que el nuevo poder judicial entrara en funciones, ese que prometía acabar con la corrupción y darnos una justicia pronta, “limpia” y expedita, ya podemos ver los frutos. Y yo, que soy un iluso incurable, creí que las cosas iban a cambiar. ¡Nombre! Parece que la única cosa que se aceleró fue el proceso de su deterioro.
Miren ustedes, esto no es justicia; esto es, simple y llanamente, obediencia a los superiores. La muestra más clara de que la justicia federal ahora opera bajo el concepto de “Sí, pero no”, la encontramos en los juzgados federales, donde ya cambiaron hasta los criterios en casos de amparos.
Resulta que usted, pobre diablo con “broncas”, pide la “protección” de la justicia federal—¡un amparo, nada menos!. Se lo otorgan, claro que sí. Pero luego, la misma autoridad que debe acatar la orden se lo pasa alegremente por el arco del triunfo. ¿Cuál es el resultado? Con todo y amparo, proceden a la detención del imputado para mandarlo derechito a la prisión preventiva oficiosa.
Así es, señoras y señores. Aquello que nos enseñaron en la escuela de que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario, es un cuento de hadas. En esta nueva y reluciente justicia, la regla es a la inversa: el imputado va a prisión y ya en prisión que demuestre su inocencia. ¡Eficacia pura! ¿Para qué perder tiempo con protocolos cuando podemos aplicar la justicia de manera retroactiva?
Y que conste que esta nueva doctrina de aplicar “obediencia” antes que justicia no es exclusiva del ámbito federal. Lo vimos en el Poder Judicial del Estado, donde la elección amañada permitió que Mery Ayup se quedara nuevamente al frente. Pero si quieren más ejemplos de cómo opera la injusticia exprés, solo miremos al tema de los maestros.
Cuando hay acusaciones cruzadas entre docentes y alumnos (y viceversa), los de la sección 5 piden que se cambien los protocolos para garantizar la seguridad. A mí se me hace que esos protocolos ya tienen unas letras “chiquitas” que solo aplican a la hora de ajusilar.
Parece que operan bajo la famosa ley de Pancho Villa: “ajusilelo y luego guirigua”. Si hay una acusación contra un profesor—¡pum!—es casi, casi corrido de inmediato, sin importar un comino si la acusación es cierta o no. Y para colmo, en muchísimos casos, especialmente si son acusaciones graves de carácter sexual, ¡resultan ser falsas!.
Me viene a la mente el dramón de aquel maestro de la escuela de Praderas que fue linchado mediáticamente y moralmente (se quedó sin chamba), solo para que en el proceso saliera a relucir que la alumna había sido inducida por su propia madre a mentir porque al parecer, ¡la habían reprobado!.
¡Claro que no digo que todos sean blancas palomas, nombre!. Pero caray, un poquito de equidad en la aplicación de los procesos no le hace daño a nadie, ¿o sí?. Pero la verdadera joya de la corona—el momento en que el ciclo de la hipocresía se cierra—es este: Imaginen ustedes que un docente es linchado injustamente, busca el amparo federal, se lo otorgan, pero ¡como quiera es detenido!.
Ahora sí que, con este panorama, estamos amolados. Si el mecanismo de protección constitucional no sirve ni para detener una detención, el sistema es un chiste de muy mal gusto que ya nadie entiende. Y lo peor, esos dichosos amparos, dicen, ya aplican para todo mundo.
Ah, y hablando de maestros y de infiernos: en la secundaria Juan Gil González (la Uno, para los cuates), me dicen que el drama es cortesía de un grupo de maestras. Sí, leyó bien, maestras, que son más canijas que un enjambre de abejas. Se rumora que atacan sin piedad, sin importar credo ni religión, al más puro estilo del Chapulín Colorado: no responden chipote con sangre sea chico o sea grande. Se dice que todo ese revuelo es para ganar plazas y acomodar a sus incondicionales. Vaya usted a saber qué tan terrible será trabajar en un ambiente tan armonioso, donde hasta el más alto nivel de justicia es una farsa y las escuelas son campos de batalla.
En fin, la “limpieza” prometida resultó ser un lodazal. Pero no se preocupen, al menos ahora tenemos la certeza de que la justicia es predecible: es obediente. Y con eso, supongo, debemos darnos por bien servidos.