Con miedo al crimen y no a la frontera: hermanos huyen de Zacatecas para salvar a sus hijos
Monclova. Luis Martín y Raudel Robles Huerta no querían irse de México. Tampoco soñaban con cruzar desiertos, dormir al raso o esconderse en trenes. Pero cuando les dijeron que los delincuentes del Cañón de Juchipila, Zacatecas, querían llevarse a los hijos de Raudel —dos niños de 9 y 13 años—, no lo pensaron dos veces.
“El miedo allá es diferente”, dice Luis Martín, con la voz seca por el polvo del camino. “Allá no es que te deporten, allá te matan o te obligan a hacer cosas que no quieres, y los niños… los niños no tienen cómo defenderse”. Por eso, hace dos meses salieron caminando, sin papeles, sin planes, pero con una decisión firme: salvarse.
Llevan la ropa que cargan encima y una mochila cada uno. En ella apenas cabe una cobija mal enrollada, unos cuantos dulces para los niños y algo de agua. En el rostro, sin embargo, llevan lo más pesado: el cansancio de noches sin dormir, el peso de la incertidumbre y el dolor de haber dejado atrás su tierra, su madre, su historia.



Desde Zacatecas han avanzado lentamente, tomando trenes cuando pueden, pidiendo comida en las orillas de los pueblos o buscando sombra bajo los puentes. A veces, duermen bajo el cielo abierto; otras, en alguna estación abandonada. “No importa si es incómodo, si hay calor o hambre. Nada da más miedo que dejar que los niños caigan en manos de esos hombres”, cuenta Raudel.
El tren, conocido como “la Bestia”, los espera unas horas más adelante. Subirse es una decisión dura, pero necesaria. Conocen los riesgos: caídas, extorsiones, incluso la muerte. Aun así, prefieren eso antes que quedarse en un país donde la violencia los persigue, aunque digan con orgullo que son mexicanos.
“¿Saben que en Estados Unidos la cosa está difícil para los ilegales?”, se les preguntó. “Sí, lo sabemos”, respondió Raudel sin dudar. “Pero no le tenemos miedo a eso. A lo que le tememos es a que los niños terminen en manos de esos que matan, roban, desaparecen. Allá sí hay miedo de verdad”.
La historia de los Robles Huerta no es única. En un país donde “ser mexicano” a veces parece una sentencia, cada día hay familias que abandonan su hogar no por gusto, sino por miedo. Luis Martín lo resume con rabia y resignación: “Aquí vivir con dignidad es un riesgo, y por eso nos vamos… aunque allá nos quieran echar”.